Cuando desperté, estaba a oscuras, en un lugar estrecho. Sentía el olor a humedad, y algunos insectos que me correteaban por las manos. Tenía la boca seca, la barba crecida y un reloj en la muñeca del que no oía el mecanismo.
Grité, grité por varios días, pero no escuchaba nadie a mi alrededor. Pataleé en mi estrecho cubículo hasta que se rompió. De pronto, una balsa de arena cayó sobre mí y un rayo de luz blanca llegó a mis ojos. Como pude, trepé por el montón de arena y llegué a la superficie. -Qué extraño, diría que estoy en en un "camposanto"-.
En la cabecera del agujero de donde había salido, había una estatua de un ángel cabizbajo con un ala cortada. Abajo, una lápida que decía: "Aquí yace una parte de mi libertad. Un día, se encontrarán las dos partes, y ya no habrá dolor". Estaba fechado a 31 de julio de 2003. -¡No puede ser, no puedo llevar 8 años enterrado!-
A lo lejos, ví el reflejo de la luna en un lago. Corrí a beber, y cuando me sacié, pude verme reflejado: traje negro, camisa blanca, corbata negra, y una fina cadena de oro al cuello. Tras deambular varias horas entre lápidas, noté algo en el bolsillo interior de la chaqueta; había un pequeño sobre amarillento. Dentro, una carta escrita a mano que decía así: "Es lo mejor que pudimos hacer. Todo se tornó tan caótico, que preferimos quitarte de enmedio y evitarte el sufrimiento. Es mejor que no te alejes; no te gustaría ver en qué se ha convertido el mundo. Sigue buscando; hay otro ángel al que le falta un ala. Ahí encontrarás a la persona indicada, en el momento indicado. No la despiertes antes de tiempo, o te condenarás eternamente".
Así pues, me quedé sentado en un lugar del cementerio, esperando la resurrección de esa persona. ¿Por qué no cuestioné el contenido de esa carta? Seguramente, porque en el momento de mi primera muerte el mundo ya estaba lo suficientemente mal como para habitarlo. ¿Qué razón había para que ahora fuese mejor?