Pasamos por un túnel. Oscuridad. Silencio. El tren se para en medio por unas horas; nadie viene a avisar de qué ocurre. Bueno, en realidad tampoco es nada nuevo, hace años que nadie pisa este vagón. Es curioso que todavía no me hayan pedido el billete, aunque menos mal...no recuerdo si lo compré o no. ¿El maquinista no descansa nunca? A lo mejor debería acercarme a la cabina y preguntarle el destino, pero ya sabes...el cartel de "no molesten" lo llevan a rajatabla.
Varias horas después, sumergido en esa oscuridad en la que hasta los ojos dolían de no contemplar un mínimo rayo de luz, salimos. Todo es distinto...tanto que parece haberse tornado...en blanco y negro. El tren va despacio pero no para en ninguna de las estaciones. La gente de fuera actúa de una forma muy extraña. Les hago gestos y nadie me responde; ¿me habré vuelto invisible?
Todo el mundo parece asustado, todos parecen huir de algo. ¿Estaré a salvo aquí dentro? Cualquier cosa puede montarse de un salto en el vagón y a saber qué será de mí. Dos horas más tarde, se acaba el pueblo. Ahora sólo hay montañas, picos afilados, y mucha nieve. Tengo frío y la ropa me sirve de poco. Tengo hambre y hace mucho que no puedo llegar al vagón restaurante.
Todo está blanco; todo está en silencio. Todo es nada.