Parecía una premonición, como la crónica de una muerte anunciada de García Márquez pero sin una defunción física.
Recuerdo aquél tren; tres horas de vagón vacío, pero no me importaba porque iba fantaseando en mi mente con los días que nos esperaban. Cómo no, siempre el tren...mis historias con los malditos (o benditos) trenes.
Recuerdo que habíamos hecho planes, muchos planes, uno detrás de otro, todos los días cargados, como si nos fuese la vida en ello. Y en cierto modo, una parte de la vida sí que se iba. Ciudades, naturaleza, pasión, risas, abrazos, largas conversaciones...
Recuerdo...que cada vez que me montaba en el tren de vuelta pensaba: "¿y si es la última vez y no me he despedido del todo?". Pero nunca se sabe cuándo es la última vez.
El tiempo pasa, las cosas pasan, el río renueva su agua constantemente con la corriente...pero la mente no fluye tan rápido, o tiene estanques donde el agua más pura se queda guardada. Siempre está la tentación de beber un sorbo de nuevo, pero su olor, su sabor, su textura...harán que una falsa fantasía pase por delante de tus ojos y te deje más sed de la que tenías.
Yo recuerdo...claro que recuerdo. Mi mente es como una caja de cartas que se releen cada cierto tiempo, y esbozas una sonrisa o una lágrima. Mi mente es como una caja de música a la que si le das cuerda rescata las canciones que nos hacían vibrar juntos. Mi mente, mi dichosa mente, tiene grabado el último viaje hacia ti, tiene grabada tu mirada, tu silueta, tu sonrisa...
Recuerdo que no hubiese querido recordar todo esto, sino seguir viviéndolo, porque de recuerdos no se vive ni se sobrevive. El tren, el maldito tren...sobre él recaen mis culpas de no volver, aunque sea como un chivo expiatorio. El tren, el que tantas aventuras y desventuras me trae...
Lo recuerdo. Fue hace un año, en el mes de nissán, cuando nos soltamos de la mano sin saber que sería el último tacto.