Tras la espera en aquella herrumbrosa
estación, mis barbas crecieron y mis pies echaron raíces en el húmedo banco. El
reloj seguía marcando las 14 horas, 4 minutos, 11 segundos. No podía creer que
viniese de nuevo un tren…ansiaba tanto oír de nuevo ese sonido.
No
compré billete, pues tampoco tenía dinero, ni había taquilla que los vendiese.
Parecía de mayor calidad que el tren que me trajo aquí; sería que los tiempos
habían cambiado. Entré en el vagón y me senté en uno de los asientos
acolchados. Mi espalda lo agradeció después de tantos años sentado en aquél
banco tan duro. Tal sería mi cansancio, que de nuevo me quedé dormido y comencé
a soñar…
Volví
a mi infancia, cuando todo era bonito. Jugaba en la calle con los demás niños,
en un gran grupo; montaba en bici por el campo y cada día hacía un
descubrimiento, como el navegante que llega a una isla desconocida.
Esta
vez el viaje fue más corto, y llegué a otra estación. Parecía estar también en
medio de ninguna parte, pero alguien me esperaba. ¿Quién era? ¡Qué más da, me
estaba esperando, y hacía mucho que nadie me esperaba! Corrí a abrazarla sin
conocer su reacción, pero para mi suerte, fue correspondido. Al salir de la
estación había un nuevo mundo; parece que los árboles habían tapado el exterior
y por eso parecía aislada.
Pero
no éramos como todos. La gente caminaba por calles estrechas o amplias avenidas;
nosotros volábamos por encima de todo. Surcamos el mar sin llegar a tocar el
agua; llegamos al cielo con el riesgo de abrasar nuestras alas con el sol.
Pero, ¿qué importaba? ¡Me había estado esperando!
Un
día llegamos volando a otra estación. Me daban pánico las vías del tren; no
había superado los anteriores tragos. Pero ya no estaba solo. “Entra en este
tren y yo te alcanzo en el próximo; te tengo una sorpresa”. Cegado, cogí el
billete y comenzó el viaje. Se zarandeaba demasiado, como si en cualquier
momento fuese a descarrilar. ¿Dónde me había montado? Preferí cambiar de vagón
y, suerte la mía, el anterior se desprendió y descarriló. Mi nuevo asiento era
de madera. “Joder…¿otro banco de madera”.
El
día se nublaba y de nuevo gotas de lluvia mojaban el cristal. Rugía la tormenta.
Miré el billete: “último tren circular con destino único”. ¿Sería esa la
sorpresa? ¿Tan alto volamos que, además de quemar nuestras alas, se quemaron
los sentimientos?
El
tren paró y se apagó. Crujía y se tambaleaba, y me apresuré a salir. Se
desplomó sobre la vía, bloqueándola. “Bueno…alguien pasará…”. De nuevo me senté
en el banco…”qué curioso…qué familiar me resulta…”.
Busqué el
cartel y, efectivamente…el tren era circular. Me había devuelto a Valdesola del
Olvido. Recé para que fuera un sueño, y cerré los ojos…No los quise volver a
abrir hasta…hasta…no lo sabía.
Profundo como sólo algo real lo puede ser!
ResponderEliminarPosdata: Nunca pierdas la ilusión, pues es lo que nos mantiene encendidos!