Era pequeño y no sabía con lo
que jugaba. Le habían advertido pero mientras más se prohíbe, más morbo da. –No
juegues con él, es por tu bien- Le repetían una y mil veces…pero Santi no se
daba por vencido. Quería experimentar nuevas sensaciones, quería sentirse vivo…y
tenía al sujeto indicado para ello.
Un día inesperado, cuando
parecía que una especie de vínculo los unía, éste puso una zancadilla a Santi,
y cayó a un pozo cercano. En el fondo sólo había lodo, y sus pies quedaron
hundidos. Como estaba en un lugar apartado, nadie lo oía, y empezó lo que sería
su suplicio. Allí abajo hacía frío, había un ambiente húmedo que calaba los
huesos y hacía que el aire fuese casi irrespirable. Sus pies comenzaron a
cubrirse de raíces y se fue amoldando al pozo; aquél era su destino. La vida no
era fácil en aquellas condiciones: estaba solo, a oscuras, con un inmenso dolor
en su cuerpo y en su alma…
Al cabo del tiempo, quien lo
traicionó volvió a por él. Venía con una actitud tierna y sensible. Le tendió
su mano y tiró. Los pies de Santi se liberaron de las raíces; sus pulmones
volvieron a respirar aire limpio y sus ojos experimentaron el resplandor del
sol. Todo había terminado; sus años de dolor se tornaban en una recompensa de
bienes. Decidió dar otra oportunidad, aunque de nuevo llegaron las advertencias
–No juegues con él, es por tu bien, en serio- Pero después de tanto tiempo
metido en vinagre, ¿quién rechaza un terrón de azúcar?
Ésta vez todo era como más
mágico; sentía como si flotase, como si viviese en una nube. No podía creer que
aquello le estuviese sucediendo. Pero poco a poco fue sintiendo un mal
presentimiento; todo era demasiado bonito como para acabar bien…y no estaba
equivocado. Poco tiempo después volvieron a los alrededores del pozo con la
excusa de taparlo y así no causaría más daños; además, como estaba
prácticamente seco, no tenía ninguna utilidad. Santi se asomó por el aro y un
escalofrío le corrió por todo el
espinazo. Sintió cómo una mano se posaba en su espalda y lo empujaba. Quedó
agarrado al aro del pozo con las manos, mientras su traidor, que lo miraba con
ojos de lujuria, le golpeaba los dedos para que se soltase.
Todo estaba perdido de nuevo;
sus ojos se oscurecieron, sus pies enraizaron y su aliento se volvió tibio.
– ¡Con qué facilidad se nos va todo a la
mierda!- pensó.
Un día de invierno, una
tormenta acechaba los campos colindantes al pozo. Tronaba, y el estruendo
chocaba en las paredes junto a los destellos de los relámpagos. Comenzaron a
caer pequeñas gotas de agua, hasta que se convirtió en un verdadero aguacero.
El pozo comenzó a llenarse de agua, y Santi pensó: - Si se inunda, subiré con
el agua y podré salir-. Pero no…recordó que sus pies estaban hundidos en el
lodo y las raíces lo tenían sujeto. El nivel del agua iba ya por la cintura, y
su agonía aumentaba cada minuto. Chillaba, se movía espasmódicamente intentando
liberarse, y sobre todo lloraba. No había remedio; decidió rendirse y dejarlo
todo en manos de un dios, si es que había. El agua le cubrió por completo, y
sus pulmones se encharcaron. La sangre se le licuó y su corazón se paró…Comenzaron
a aparecer burbujas…hasta que todo acabó.
Cuando descubrieron el
cuerpo, observaron que en la mano derecha tenía una herida en forma de corazón
roto. Lo llevaron a enterrar; su tumba cayó en el olvido y se cubrió de hiedra.
En el epitafio podía leerse con dificultad: “No juguéis con él, os lo digo por
vuestro bien; os acecha buscando a quien devorar…”
Un 1 de noviembre, una
persona curiosa se acercó a la lápida raída y casi tapada. Retiró la hiedra y
vio que el epitafio seguía diciendo: “…Si llama vuestra puerta, temedle. Echad
el cerrojo y tapad las rendijas…Responde al nombre de Amor”.