Cambio de vía. Los cambios siempre fueron buenos, pero después de tanto haciendo el mismo trayecto, cuesta adaptarse a lo nuevo. Además, cuando se cambia de vía, las ruedas del tren sufren un vaivén repentino que a veces puede hacerlo descarrilar. Lo que más me molesta es no saber el destino, o si he vuelto a montar en un tren circular que me llevará a las mismas estaciones.
Se acabaron las montañas nevadas y el follaje de las laderas. Entramos en una zona desértica. ¿A quién se le ocurre construir una vía por aquí? El mundo está loco, definitivamente. Llevo desde invierno sin comer como es debido; sólo tengo el agua que el rocío de la mañana deposita en los cristales y recojo en una botella, pero por lo menos el vagón no es tan incómodo como otras veces.
Quién sabe, a lo mejor debajo de este desierto hay escondido un vergel de abundancia, pero se me olvidaron las gafas como para poder mirar con precisión. A veces estoy harto de transitar, pero no sé si me da más miedo que el tren pare y tarde en ponerse en marcha.
A lo lejos se ve el horizonte, pero por más que el tren avanza, nunca llegamos a él.
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