viernes, 30 de diciembre de 2011

Estaciones

Hoy, en vez de un escrito mío, dejo un poema escrito y narrado por una amiga. Último post de este decadente 2011...esperando un cambio en 2012...

Hay veces en que la vida te pide un cambio;
una transición, como las estaciones.

Nuestra primavera fué maravillosa,
pero ahora, ya ha terminado el verano.
Hemos dejado pasar nuestro otoño, 
y ahora hace tanto frío...tanto frío...
que todo...todo se está congelando a nuestro alrededor.

Nuestro amor se ha dormido
y la nieve lo ha pillado por sorpresa.
Pero, si te duermes en la nieve, 
no oirás la llegada de la muerte.


jueves, 15 de diciembre de 2011

Fué un 14 de abril

Fué un 14 de abril, pero no de 1931. 

No conmemoré la victoria de una república, pero sí de un acontecimiento, ya para mí, histórico. 

No era una una óptica tricolor, era, como le suelen llamar, de color de rosa. 

No luché por mi país, pero sí por un futuro compartido. 

No entré en una guerra civil, pero sí había dos bandos. No hubo batalla del Ebro, pero sí tomé Madrid. 

No fué una guerra civil...pero como el bando republicano, al final sí la perdí.

Fué un 14 de abril, cuando me quedé dormido, y soñé que era feliz.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Valdesola del Olvido II

Será que las obligaciones me han hecho dejar un poco de lado la literatura, o que sólo me sale escribir en momentos difíciles. He aquí que lo retomo con la segunda parte de la historia que le da nombre al blog:

Tras la espera en aquella herrumbrosa estación, mis barbas crecieron y mis pies echaron raíces en el húmedo banco. El reloj seguía marcando las 14 horas, 4 minutos, 11 segundos. No podía creer que viniese de nuevo un tren…ansiaba tanto oír de nuevo ese sonido.


                No compré billete, pues tampoco tenía dinero, ni había taquilla que los vendiese. Parecía de mayor calidad que el tren que me trajo aquí; sería que los tiempos habían cambiado. Entré en el vagón y me senté en uno de los asientos acolchados. Mi espalda lo agradeció después de tantos años sentado en aquél banco tan duro. Tal sería mi cansancio, que de nuevo me quedé dormido y comencé a soñar…
                Volví a mi infancia, cuando todo era bonito. Jugaba en la calle con los demás niños, en un gran grupo; montaba en bici por el campo y cada día hacía un descubrimiento, como el navegante que llega a una isla desconocida.


                Esta vez el viaje fue más corto, y llegué a otra estación. Parecía estar también en medio de ninguna parte, pero alguien me esperaba. ¿Quién era? ¡Qué más da, me estaba esperando, y hacía mucho que nadie me esperaba! Corrí a abrazarla sin conocer su reacción, pero para mi suerte, fue correspondido. Al salir de la estación había un nuevo mundo; parece que los árboles habían tapado el exterior y por eso parecía aislada.


                Pero no éramos como todos. La gente caminaba por calles estrechas o amplias avenidas; nosotros volábamos por encima de todo. Surcamos el mar sin llegar a tocar el agua; llegamos al cielo con el riesgo de abrasar nuestras alas con el sol. Pero, ¿qué importaba? ¡Me había estado esperando!


                Un día llegamos volando a otra estación. Me daban pánico las vías del tren; no había superado los anteriores tragos. Pero ya no estaba solo. “Entra en este tren y yo te alcanzo en el próximo; te tengo una sorpresa”. Cegado, cogí el billete y comenzó el viaje. Se zarandeaba demasiado, como si en cualquier momento fuese a descarrilar. ¿Dónde me había montado? Preferí cambiar de vagón y, suerte la mía, el anterior se desprendió y descarriló. Mi nuevo asiento era de madera. “Joder…¿otro banco de madera”.


                El día se nublaba y de nuevo gotas de lluvia mojaban el cristal. Rugía la tormenta. Miré el billete: “último tren circular con destino único”. ¿Sería esa la sorpresa? ¿Tan alto volamos que, además de quemar nuestras alas, se quemaron los sentimientos?


                El tren paró y se apagó. Crujía y se tambaleaba, y me apresuré a salir. Se desplomó sobre la vía, bloqueándola. “Bueno…alguien pasará…”. De nuevo me senté en el banco…”qué curioso…qué familiar me resulta…”. 


Busqué el cartel y, efectivamente…el tren era circular. Me había devuelto a Valdesola del Olvido. Recé para que fuera un sueño, y cerré los ojos…No los quise volver a abrir hasta…hasta…no lo sabía.



sábado, 12 de marzo de 2011

Sentado en un lugar del cementerio

Cuando desperté, estaba a oscuras, en un lugar estrecho. Sentía el olor a humedad, y algunos insectos que me correteaban por las manos. Tenía la boca seca, la barba crecida y un reloj en la muñeca del que no oía el mecanismo.

Grité, grité por varios días, pero no escuchaba nadie a mi alrededor. Pataleé en mi estrecho cubículo hasta que se rompió. De pronto, una balsa de arena cayó sobre mí y un rayo de luz blanca llegó a mis ojos. Como pude, trepé por el montón de arena y llegué a la superficie. -Qué extraño, diría que estoy en en un "camposanto"-.

En la cabecera del agujero de donde había salido, había una estatua de un ángel cabizbajo con un ala cortada. Abajo, una lápida que decía: "Aquí yace una parte de mi libertad. Un día, se encontrarán las dos partes, y ya no habrá dolor". Estaba fechado a 31 de julio de 2003. -¡No puede ser, no puedo llevar 8 años enterrado!-

A lo lejos, ví el reflejo de la luna en un lago. Corrí a beber, y cuando me sacié, pude verme reflejado: traje negro, camisa blanca, corbata negra, y una fina cadena de oro al cuello. Tras deambular varias horas entre lápidas, noté algo en el bolsillo interior de la chaqueta; había un pequeño sobre amarillento. Dentro, una carta escrita a mano que decía así: "Es lo mejor que pudimos hacer. Todo se tornó tan caótico, que preferimos quitarte de enmedio y evitarte el sufrimiento. Es mejor que no te alejes; no te gustaría ver en qué se ha convertido el mundo. Sigue buscando; hay otro ángel al que le falta un ala. Ahí encontrarás a la persona indicada, en el momento indicado. No la despiertes antes de tiempo, o te condenarás eternamente".

Así pues, me quedé sentado en un lugar del cementerio, esperando la resurrección de esa persona. ¿Por qué no cuestioné el contenido de esa carta? Seguramente, porque en el momento de mi primera muerte el mundo ya estaba lo suficientemente mal como para habitarlo. ¿Qué razón había para que ahora fuese mejor?

martes, 15 de febrero de 2011

El amor amante

El amor no es un sentimiento. El amor es, en nuestra vida, más grande, más profundo y más radical que nuestros sentimientos. Ya sé que a algunos os puede resultar extraña esta afirmación.

Es verdad que el amor de pareja llega a nuestras vidas con un fuerte sentimiento de atracción; y cuando sabemos que nos ama quien amamos, vivimos una de plenitud que no podemos explicar. El amor hacia los hijos, igualmente, viene acompañado con fuertes sentimientos de entrega, de protección, de apertura al futuro. También en la amistad se viven sentimientos muy gratificantes.

Pero el amor de pareja, a los hijos o con los amigos se profundiza, aquilata y muestra su verdad cuando los sentimientos dejan de ser lo más importante. Cuando la relación pasa por circunstancias difíciles en las que los sentimientos parecen diluirse y no tienen fuerza para seguir movilizando la voluntad, es cuando, si seguimos amando y entregándonos, mostramos la verdadera dimensión de nuestro amor. 

Si del amor depende nuestra vida, nuestro amor no puede depender de sentimientos. Ni el tiempo, ni los problemas, ni siquiera las ofensas pueden acabar con el amor en el que somos personas. Quizás tendremos que amar de otra manera; amar a quien nos defraudó, sintiéndonos defraudado; amar a quien nos hizo daño, sintiéndonos dañados; amar a quien se ha vuelto débil y necesitado, aunque sea duro y difícil.

¿Que por qué? Porque también nosotros hemos defraudado, hemos hecho daño y hemos sido débiles y necesitados; y nos han seguido amando. 

J. J. Castellón

jueves, 10 de febrero de 2011

Color transparente-abismo

Continúo con una historia que escribí a principios de 2008. Releyéndola, pensé en cambiar expresiones por otras "más maduras", pero creo que cada época tiene su encanto, y modificarla, también sería descafeinarla:

Cuando desperté me encontré en aquel extraño lugar. Nunca había estado allí. Miré hacía arriba y el cielo tenía un tono cobrizo, con una atmósfera compuesta de polvo y fuego. Intenté moverme pero estaba encadenado, aunque no estaba solo: a mi izquierda había alguien en mi misma situación, pero no respondía.

-         ¡Oye, oye, despierta!- Grité zamarreándola.

La chica se despertó y empezó a toser. Aquel aire (si se podía llamar aire) quemaba al inhalarlo. Sus ojos permanecían cerrados, como si dos postillas le impidieran abrirlos. No sabíamos el tiempo que llevábamos allí, pero por lo menos teníamos el consuelo de no estar solos; la compañía mutua. Caminamos durante meses por aquél tugurio; ella apoyada en mí, yo haciendo de lazarillo.

Fue creciendo entre nosotros un cariño especial; entre caricias y susurros pasábamos el tiempo. Al fin y al cabo, de alguna manera habíamos hecho que nuestra prisión humeante se convirtiese en un paraíso terrenal. El ambiente olía distinto, la comida sabía distinta…todo sabía distinto desde que saltó aquella chispa; todo sabía distinto desde que nos amábamos.

Llegamos al lado de un acantilado, pero sin ningún mar. Las únicas aguas que habían cerca emanaban de cráteres hirvientes, de donde bebíamos y escasamente nos aseábamos. Comíamos frutos pasados, hortalizas picadas, legumbres podridas, y dormíamos en heno sucio…pero todo sabía distinto desde que nos amábamos.

Cierto día, las postillas de los ojos de la chica cayeron, y por fin pude divisarlos. Eran de un color que nunca había visto…eran de color transparente-abismo. Cuando me vio, se arrinconó en un hueco y, al acercarme, me arañó y salió huyendo. Por más que corrí tras ella, no la alcancé. ¿Qué había ocurrido? Si todo era distinto desde que nos amábamos…

Volví  hundido a la cueva y, al pasar por el cráter de agua hirviente, me asomé. Mi rostro estaba quemado, y mis ojos se tornaron rojo sangre. En ese momento me di cuenta de que todo había sido un engaño, y caí a tierra.

Cuando desperté sentí un fuerte dolor en el pecho. Había sido empujado de nuevo a este mundo, desnudo y llorando por el dolor que causaba el oxígeno en mis pulmones; cual niño recién nacido. Corté de mi vientre el cordón de la esperanza y, a fuerza de caídas, aprendí a caminar. Caminé solo por mucho tiempo…y llegué a la conclusión de que aquél no era mi mundo…porque pertenezco a Ninguna Parte, en la región de la Soledad, a la izquierda…

sábado, 5 de febrero de 2011

Viajeros al tren

Valdesola del Olvido es una historia que escribí hace unos años. Pocos escritos me identifican tanto como ese; por ello decidí bautizar este blog que hoy estreno con ese nombre. Este rincón nace de la "bifurcación" de mi otro blog (Desatando ataduras) donde hace años me dedico más bien a crítica social. Aquí me centraré más en literatura de corte Existencialista, Surrealista y algo Decadentista.

Así pues, tengan sus billetes preparados porque comienza el viaje hacia ninguna estación. Os dejo con la primera historia:

Era una tarde de cielo oscuro. El viento levantaba la tierra de un descampado tras de mi y lanzaba gemidos susurrantes; algunos parecían que, con gestos de dolor, gritaban mi nombre. 

Yo, un chico que rozaba la delgadez extrema, ataviado con ropa de invierno, me encontraba en aquella solitaria estación de ferrocarril. Las vías de acero traían historias colgadas en la cola de cada tren, historias vivas que se secaban entre trozos de piedra al no ser atendidas por ningún oído. De pronto, una diminuta gota de agua se posó en mi mano, y tras ella, un millón se desplomaban a la vez como pájaros enjaulados clamando libertad. Me abroché el último trecho de la cremallera y me resguardé en el pequeño porche de la estación, aguardando el tren que se retrasaba.

Saqué mi mp3, y la primera canción hablaba de soledad y lamento. A los pocos minutos, entre la capa de lluvia, se divisaba el ojo del tren, como un sol de esperanza naciendo de entre las nubes del fracaso. Me subí en el vagón trasero donde apenas había tres personas, cada una en una punta, mirando desatendidamente por la ventana. El tren comenzó a avanzar y, entre el zarandeo, mi música triste y el paisaje que divisaba, comencé a soñar despierto. En vez de ver pasar objetos, árboles, personas, casas, agua…por la ventana, veía una sucesión de capítulos de mi vida. Divisé a mi abuela haciendo café en su cocina, encendiendo la copa de cisco en un día de frío, y sus miradas y gestos que me dedicaba a cada segundo; y a mi abuelo, en otro fogón, hirviendo hierbas medicinales para su estómago mientras, con un guijarro, afilaba su navaja para cortar filamentos de paloduz. 

También recordé aquellas navidades en que, en el almacén de la carpintería de mi tío, los mayores cantaban alrededor de una estufa y los pequeños jugábamos “a las casitas” en los montones de madera. Un zarandeo más fuerte hizo que me diese un golpecito en la cabeza con el cristal, y volví al mundo real. Vi que ya no había cafetera ni paloduz, y que esos niños juguetones habíamos crecido y tirado cada uno por su parte.

Sonaba una canción que hablaba de atrapar los sueños, y de nuevo comencé a soñar…aquella vez que, con 14 años, me dieron el primer beso; aquella vez en que, por primera vez, miraba a alguien a los ojos sin intenciones de jugar a juegos de niños; aquel amor adolescente que adoleció por mucho tiempo…

¿Y el tren? Cuántas alegrías me había traído el tren. Esa sensación de montarme y saber que, en la otra estación, me esperaría un abrazo y un beso con tonos artísticos y moriscos; miradas al reloj contando los segundos por llegar y agarrar esa mano fantasiosa que me llevaría por esa Córdoba con embrujo…O ese nerviosismo esperando en la estación para ser yo el que diese el beso y el abrazo con aromas de azahar…

Mi tren paró y bajé todavía soñando…pero al llegar a la estación, vi que nadie me esperaba. Esta vez no habría beso…no habría abrazo. No llegué a ninguna parte, sólo me quedé a mitad del camino. Seguramente me equivoqué de tren, así que me dispuse a sentarme en un banco color ocre, esperando que alguien me acogiese entre sus brazos…o que me indicase qué billete debía comprar. Volví la cara hacia el cartel que indicaba dónde me encontraba, y entre agujeros y enredaderas secas pude leer: Valdesola del Olvido. Y allí me quedé esperando…esperando…esperando…


domingo, 9 de enero de 2011

Blog en pruebas



Después de mis exámenes empezaré a escribir en este blog, dejando el otro (Desatando ataduras) para crítica social, y éste un poco más "una puerta abierta a mi locura". 
Todavía quedan diseños que cambiar y mucho que retocar, pero ahora la antropología ocupa todo mi tiempo. ¡Nos vemos a partir del 5 de febrero! Aunque seguiré con mi lucha en http://divinuss.blogspot.com