Un día el tren paró en medio de
la nada. No entendía por qué paraba allí; quizás una avería, algún obstáculo en
la vía… aunque lo que más extraño me resultaba es que este tren nunca paraba. A
los pocos minutos retomó su marcha.
-Nada, todo sigue igual-
Unos pasos se oyeron en aquel
solitario vagón. Eran pasos rápidos pero cortos, y no hacían mucho ruido. Pasó
de largo, pero se detuvo, se dio la vuelta, y se sentó frente a mí. Yo seguía
con la cabeza apoyada en el cristal y la mirada perdida en el desierto de
afuera.
-Están todos los asientos vacíos y se me sienta enfrente…tssss-
Cuando alcé la mirada no lo podía
creer… ¡Era la chica que describía para mí, en su mente, la camarera del vagón
restaurante! Sí, sí, la misma que recogí
en la hoja anterior de este diario:
-Seguro que es una chica tímida, de esas vestida con pantalón vaquero y
sudadera ancha. Quizás tenga gafas y lleve una carpeta llena de papeles con
apuntes, escritos, pensamientos, o un libro de los grandes clásicos.
Seguramente lleve el pelo suelto, liso, con olor a recién lavado. Sus manos
serán pequeñas y suaves, sus ojos grandes y oscuros, y vaya sonriendo sola por
la calle-
No creo en las adivinas, el
destino, las meigas ni nada por el estilo, pero ocurrió… aquella vez ocurrió.
Me miró con sus grandes ojos, me sonrió, y levité por unos segundos. No sería
la primera vez que este maldito tren me presentase un espejismo, así que me
levanté para comprobar que era de verdad y la abracé.
-No quiero que te vayas-
Por unos días hablamos, hablamos
y hablamos. Compartimos, reímos, caminamos, besamos… Fuimos al vagón
restaurante y pedimos un menú para dos. La camarera nos recibió con una sonrisa
cual luna nueva en fase visible.
-Por fin mis pensamientos se hicieron realidad. Esta vez no comerá solo-
Siempre solía dormir en el
asiento del camarote del tren, pero esa noche merecía abrir la cama. Y la noche
se tornó de azúcar; nos confundimos con el vaivén del tren, y dormí como un
cachorro después de jugar. Por primera vez en mucho tiempo me despertaron los
rayos del sol en la cara. Me volví hacia la ventana todavía con la sonrisa
puesta… pero ya no estaba.
-¿Habrá sido un sueño? No me jodas…-
Pero su olor seguía impregnado en
la almohada. Saqué la cabeza por la ventana y a lo lejos se veía una estación
junto al mar. Ya no había nadie en el andén, y el tren se adentraba entre
montañas. Plegué la cama, me volví a sentar mirando a la ventana y preferí que
hubiese sido sólo un sueño. Cambié el cartel de picaporte del “por favor, no
molesten” al “pueden hacer la habitación”, y el gesto de la camarera se tornó
cuarto menguante.
-No te preocupes, mujer, que la luna siempre trae una nueva fase. Yo ya
he aprendido. Ahora quiero un desayuno para tres, que necesito reponer fuerzas
para el cuarto creciente J -
Y volví a mirar hacia el infinito
pero esta vez como en un estado de anestesia. ¿Próxima -parada? Bueno, tampoco
importa mucho, y menos tratándose de este tren. Quizás sean cosas de los viernes 13. Quizás tendría que pensar más
en el camino que en lo que me deparen las estaciones.
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